Había dejado mucho tiempo sin escribir. No se me ocurría nada, y además mis noches estaban más llenas de momentos de sueño que de vacíos insomnes, afortunadamente. Ya son las siete y media de la mañana, aceptamos que es todavía de noche y empiezo a ver las noticias sobre el terremoto de Japón.
Los japoneses, que son la sociedad mejor preparada del mundo para resistir los terremotos, han sufrido el peor de su historia con diferencia. Cualquier otro país del cinturón de fuego del Pacífico se hubiera borrado literalmente del mapa con un temblor como éste. Pero sus edificios, carreteras, comunicaciones, han resistido. El tsunami se ha llevado por delante casas, invernaderos, en una impresionante imagen en la que adivinas que está muriendo mucha gente al paso de la ola asesina.
Ahora hay una amenaza nuclear por fuga radiactiva. Da pánico pensar en qué se puede traducir, después de lo de Chernóbil. Asistimos a un gran espectáculo, como si de una superproducción de Hollywood se tratara, en directo y con imágenes actualizadas a cada momento. No conocemos a ningún japonés, por lo que nuestro sentido de la cercanía con ese pueblo es más bien escaso. Si bien, algún español aparece en la televisión hablando a través de internet, contando de forma animada su experiencia del temblor, y de los muchos que vienen a continuación del grande, el Big One. La tierra no deja de temblar ni dejará en un buen tiempo, y tendrán que vivir con el miedo constante a que se repita otra vez uno muy grande, uno que les pille en peor situación que el anterior y donde tal vez algo que quedó mal sujeto en el primero o el segundo, caiga definitivamente sobre sus cabezas.
Desde esta lejanía que nos ofrece el país nipón, (aunque conozca a gente que ha estado allí y por tanto sepa de primera mano que ese país existe), acierto a comprender por haber vivido una situación similar, lo descompuestos que deben de estar ahora mismo estos pobres japoneses. Acudieron a trabajar, y vivieron algo que va a cambiar sus vidas, habrá un antes y un después del terremoto. Rememorarán cómo intentaron contactar con sus seres queridos, como quizá los móviles se colapsaron porque todo el mundo marcaba ansioso a la vez y algunas torres de telecomunicaciones estarían caídas.
Cómo compraron las mujeres zapatillas de deporte para sustituir a los tacones y poder iniciar la marcha a casa, ante la paralización de metro, trenes, autobuses... Cómo fueron descubriendo en su ciudad perfecta los signos de derrumbe, de destrucción, las profundas grietas, el desorden. Ahora se empezarán a computar los desaparecidos a quienes los equipos de rescate empezarán enseguida a tratar de localizar vivos. Y los que nunca aparecerán con vida.
En esta ocasión las cifras dentro de unos días, nos dejarán una vez más contando muertos con muchos ceros en las antípodas de nuestro mundo. La amenaza de tsunami en todo el Pacífico, parece que se ha quedado en eso, amenaza. Y nos hace preguntarnos cómo sería si algo así llegara a nuestra casa. Suponiendo que hubiera resistido al terremoto, porque adivinamos que de anti-sísmica esta construcción nuestra nada. Estamos en Levante, zona de riesgo de movimiento de placas, y alguna vez la tierra nos dará un susto. Y quizá venga un tsunami. Mundo vulnerable, vida pendiendo de un hilo.
Todo esto para decir que si siento esta extrema vulnerabilidad de la vida, de nuestras vidas, en este mundo lleno de guerras y desastres naturales, se debe en gran parte a que he asistido como protagonista a catástrofes naturales, pero también a la creación de la vida en primera persona. El hecho de ser madre me hace tener conciencia de la vida que tengo que proteger, de la extrema debilidad de la criaturita que se agarra a mis piernas buscando apoyo en todo momento. Que busca mi pecho para alimentar su estómago y su espíritu. He protagonizado una película de vida, y eso me acerca más a la muerte, tomo conciencia de lo vulnerables que somos ante todo lo que nos viene de fuera. Catástrofes, enfermedades, accidentes.... Por eso, ayer miraba a mi hija pensando: "tienes que vivir intensamente cada momento junto a ella, no dejar de decirle cuánto le quieres y procurar su máxima satisfacción a base de chorros de amor continuos".
Esa es la vida. El hoy. El minuto que transcurre ahora. Por eso no podemos permitirnos el lujo de proyectar el futuro como si pudiéramos controlarlo, y perder momentos de felicidad ahora sacrificándolos para obtener un después mejor. Por ese motivo el trabajo no nos debe absorber hasta que nuestra vida familiar se reduzca al momento de la cena y poco más. Hay que buscar como si fuéramos hedonistas puros, la satisfacción en el hoy y el ahora, en las sonrisas de hoy sábado, no en las del fin de semana que viene porque haremos no sé qué plan mucho mejor. En el desayuno de hoy, compartido por ser día de fiesta, es donde está la mermelada que endulza el resto del día. No dejemos escapar estos instantes, atrapemos todos los que podamos.
Porque esto se mueve. Esto cambia. No pisamos suelo firme. El mundo está loco loco. Y el cielo de repente con over-booking otra vez.



Sí, hemos escrito sobre lo mismo...y a la misma hora.
ResponderEliminarYo también admiro la forma que tienes de latir al mismo tiempo que el resto del mundo, registrando sus alegrías y su dolor. Abrazos.
yo creo que nos parecemos un poco, y eso que no te conozco. besos
ResponderEliminarSi, yo pienso lo mismo... :)
ResponderEliminarAnte situaciones como éstas mi latido se debilita, el dolor ajeno impide que funcione con más fuerza. Luego, asumiendo la realidad, sigo viviendo...
ResponderEliminarGracias por la entrada Iranzu. Es para Sentir.
Es para sentir que seguimos inmensamente vivos y que las fuerzas de la naturaleza siguen su curso por muy superiores a ella que nos creamos.
ResponderEliminar